PROMESAS
Me he vuelto un analfabeto de la política. Hay cosas elementales que no puedo (o no quiero) entender.
Estas épocas pre electorales son una especie de feria de la mentira y la descarada insensibilidad. Veo, en especial en las páginas de face o en otros medios, grupos de personas que recorren los barrios preguntando a la gente sus necesidades, sus inquietudes, sus proyectos.
Enormes sonrisas, besos a discreción y promesas esperanzadoras salen de las alforjas de reyes magos con que entran a esas zonas para que todos guarden en sus retinas la imagen de ángeles generosos que los ayudarán a concretar ese futuro que tanto han soñado.
Personas de zapatos lustrosos, que nunca habían pisado una calle de tierra, golpean las manos en las puertas de humildes ranchos, donde vive gente digna y trabajadora (y también de la otra) para repartir volantes y folletos llenos de bienintencionadas promesas. Se acomodan en los patios de tierra a toma mates y a conocerse con vecinos que nunca habían visto, soportan a niños insoportables, cuentan la historia de “yo lo conocí a tu papá”, y se enteran de las consecuencias de la última tormenta, de las inundaciones del patio y la cocina, de los agujeros en las chapas del techo y del asma de los hijos. En conclusión, muchos recién salidos del cascarón (jóvenes y viejos) conocen la realidad, la vida, ven de cerca y tocan y huelen la pobreza.
Usted me preguntará si esto es una crítica. No, al contrario. Es bueno que se forme una camada de dirigentes políticos que conozca la gente, con los pies en la tierra (en la tierra de tierra).
Pero no es la expresión de una esperanza. En cuanto pasan las elecciones los grupos se disuelven, las organizaciones de fuerte raigambre social se convierten en células que sólo se ocupan de publicar largos e inentendibles comunicados llenos de frases de líderes mundiales.
Hace seis meses atrás sólo se veía en los barrios a algunos funcionarios de Desarrollo Social y contratados de esa área, muchos de ellos tan perdidos como los que hoy andan de campaña.
Hoy se cruzan las muchachadas de uno y otro bando, con llamativas camisetas de colores brillantes y con nombres estampados en contraste, convirtiendo las otrora barriadas tristes, en una fiesta.
Y, al finalizar esta desafinada payada de un solo cantor, quiero hablar de los que esperan poder trabajar en la próxima gestión. “yo quiero trabajar en acción social, para darle a la gente las cosas que necesita”. En otras palabras, quiero que me paguen para sentarme en un escritorio a repartir cosas y ganarme la simpatía de todos.
Ninguno dice: quiero trabajar en tal sector para desarrollar un programa de producción de trabajo para mucha gente, que los dignifique y los independice de la esclavitud de los subsidios.
A nadie se le ocurre hablar de sistemas de construcción comunitaria, de formación de productores independientes. Pero por sobre todo nadie dice: formemos una ONG donde podamos seguir trabajando gratuitamente después de las elecciones, sin importar quien gobierne.
Esas personas de zapatos lustrados volverán a sus moquetes y no pisarán los patios de aquella gente hasta las próximas elecciones y aquellos que anotaban las realidades barriales, comprometiendo su esfuerzo personal para lograrlo, si no son contratados y pagados, no trabajarán por nadie más.
Algunas excepciones hay. Los motoqueros trabajan todo el año por los niños, las bibliotecas van a los barrios, algunas señoras y unos pocos chicos visitan los hogares de ancianos, la escuela Charrúa Etriek lucha por la cultura, la Bicho Montenegro trabaja por los ancianos del geriátrico del Santa Rosa, Conin alimenta niños desnutridos, y no mucho más (seguro me olvidé alguno importante).
Les prometo que cuando sea presidente de la Nación, esto va a cambiar…
viernes, 10 de julio de 2015
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